La última vez que estuve aquí, fue hasta arriba de la pirámide. Me habían invocado sin saberlo. Ya nadie sabe nada estos días. Tienen en la punta de los dedos todo el conocimiento e ignorancia de la humanidad, ¿y qué hacen con ello? ¡Memes! ¡Guerras! ¡Porno!
No soy un Dios anticuado. Lo entiendo. Los humanos siempre han querido parecerse a nosotros. Son como el chiquillo que compra dulces en la tiendita de al lado de su casa. Sueña con tener toda la caja de esos caramelos rojos deliciosos que tanto ambiciona, y piensa que su felicidad sería completa si la tuviera y pudiera disponer de ella a su antojo. Envidia al dueño de “la tiendita”, sin comprender que es un viejo cansado que tiene que administrar sus pocos centavos para medio sobrevivir con la venta de su comida chatarra, y claro, no puede darse el lujo de comer los deliciosos dulces, porque tiene diabetes y ya no tiene dientes fuertes, acabaría en coma y chimuelo.
El niño (la humanidad), tiene ambiciones poco realistas de lo que es tener el “poder absoluto” sobre los dulces. Y sueña con ser el Dios de los caramelos. La tecnología es un buen intento de lograrlo. La genética, los experimentos donde manipula la vida, crea especies o aplasta otras… Inventa plagas y cepas mortales, que claro, como mis plagas y cepas mortíferas, se salen de control. Lo curioso es que no somos tan diferentes. Queremos ser universales, sin género, fundirnos en nuestros deseos, con el poder suficiente como para que las consecuencias de nuestros actos no sean terroríficas. Así, que los entiendo. Quieren ser dioses, como yo. No saben lo que hacen, pero así fueron hechos, con este vehemente deseo de saber, de transformar, de entender, de dominar. El cerebro humano es uno de los más deliciosos caramelos creados.
Las redes, el internet, la asombrosa tecnología de hoy, los acerca a esa ilusión de ser el viejo tendero de azúcar en la sangre, dientes picados y soledad extrema. Ser Dios omnipresente no es tan divertido como suena. Así que… decidí irme un tiempo. Y dejarlos ser. Construyeron otra iglesia arriba de la pirámide. Es una lástima. Cambian el nombre de sus deidades, sus ritos y lugares y maneras de sacrificios, y siguen sin comprender que eso no hace ninguna diferencia. Su mente de niño aún no distingue que el mismo daño le hace a tus dientes el chocolate negro que el caramelo rojo.
Así que me fui, pero hasta a un viejo Dios lo arrastran de regreso ciertos espectáculos. Y nadie le puede negar las panorámicas del eclipse que sucederá en unos días. Son de esas maravillas que uno crea para confundir a sus creaciones. La oscuridad absoluta en pleno día.
Los niños de los dulces ya pusieron el escenario. El país poderoso UNO gobernado por el niño caprichoso, amenazó al país poderoso DOS gobernado por el payaso naranja gordo y éste le sacó la lengua. No tardarán en apretar el botón del caramelo rojo y entonces, miraré curioso desde aquí el eclipse y oscuridad total de la humanidad.