Hace mucho tiempo que no te escribía.
Sí, a ti. A ti de tantos nombres.
Me he quedado en los sonidos tenues del tatuaje indeleble. El mundo estalla. No es novedad, el mundo siempre estalla. A veces un poco de manera más delirante que otras. Algunas veces indigna, otras, aterroriza. Hoy, el único efecto que causa en mí es la resignación ante el sonido de la inevitabilidad.
Hoy traducirán a 16 idiomas una revista que propaga odio e intolerancia.
Es el resultado de una matanza atroz, donde el victimario ha puesto en el mundo el pretexto perfecto para despreciar sus creencias y propagar más odio. No fue solo la sangre de los caricaturistas el precio que se pagó en ese atentado, si no el odio irracional de una muchedumbre con antorchas prestos, furiosos a incendiar al monstruo.
¿Y yo? Hago un rompecabezas. Y curiosamente el universo entero parece cobrar sentido mientras intento encontrarle pies y cabeza al caos.
Así de loco es el mundo. Así de absurdo. Contigo en otro lado, con otro alguien, sin la tinta y la piel que nos hace nuestros, y a la vez, ajenos y nunca propios.
No te diré que te extraño. Hay palabras que entre tú y yo ya han perdido todo significado. El hola, el adiós, el tal vez, la certeza, el odio, el amor, la indiferencia. Ya ni siquiera nuestra mutua amante nos une sin celo. Es ella la primera que nos enfrenta, que nos corroe, que nos juzga, que nos separa... ella la que siempre nos unió. La que hoy te mira a los ojos, y altiva nos dice del otro: no es tuya, nunca lo fue.
¿Por qué te escribo hoy? Porque leí algo de alguien, que no eres tú pero siempre lo fuiste, y me embargó la tristeza. Una historia de amor, como tantas otras. "Los observadores no somos protagonistas", me repito. Leí en ellos las historias inacabadas de sueños alternativos. Los tú y yo en espera. Las ideas de cosas que nunca fueron.
Al perdernos tantas veces, cualquiera pensaría que vivimos en un laberinto, pero no era así. Estamos en esas interminables escaleras, infinitas, imposibles, que desafían toda lógica y a la vez, son geométricamente perfectas y absurdas.
Tú y yo nos cruzamos tantas veces allí, como nos desencontramos. Porque nuestros caminos así son. Estamos hechos de cada trozo de ser que nos hace tocarnos, irnos, no mirarnos, sabernos, condenarnos, pero jamás vivirnos. Nunca supimos darnos piel. Nunca trascendimos a las letras, nunca como debió de ser. No lo que se merecía. Los dioses nos condenaron a no ser.
Hace mucho que no te escribo, dije que ya no lo haría. Sí, a ti te hablo. A esa mujer extraña que me mira dudosa del espejo...