No decir demasiado es ponerse ante un espejo y preguntarse quién es esa persona que me mira desde allí? Soy tantas y soy ninguna. Rodar a un lugar que me atrajo por soltar las plumas y volar con el viento a donde les lleven las cosas, sin hilar pensamientos.
¿Porqué habrían de leerme? ¿Porqué yo, ante el espejo, enfrento siempre ese reto de las letras? Lee tu rostro. Qué te dice de ayer, de las carcajadas, de la caída, del corazón roto, de la aventura que viviste en los ojos de aquel que amaste? Qué queda después? El espejo es el mismo, no se ha roto, aún brilla, aún refleja los rayos del sol, y en las noches, aún se cuela en su mirada el blanco amarillento de la luna, a veces rojo y salvaje, a veces, mustio y gris. Pero yo sigo siendo la misma, y no… soy muchas, o somos pedazos de aquello que conocimos ayer, somos promesas de amores eternos, suspiros momentáneos o buenos revolcones. Somos nada.
Estoy aquí porque me atrajo la inteligencia… es como miel. Siempre vuelo a ella, pensando que me hará más fértil, que podré leer entre líneas y minará en mi psique para liberar todo tipos de historias atrapadas allí, aún en espera de ser contadas, completamente desconocidas para mí, sospecho que por eso escribo.
No me pregunten quién soy. Me he debatido entre nombres y avatares, he sido tantos. Me imagino que siempre ante el espejo, ese que cuenta historias tiene la manía de serlas, en todos sus personajes.