Por muchos años admiré su religiosa rutina matinal siendo yo apenas un mozalbete, los ladridos de “archie” resonaban en mi ventana cual puntual despertador, cuando aquél hombre hacía el recorrido con su mascota destino la tiendita de la esquina, el mismo motivo de siempre, el diario y un vaso con café, lo miraba atento en su lento recorrido de ida y vuelta, a su regreso sabía que mi madre lanzaría el primer grito del día, “levántate, es hora de ir a la escuela”.
Su pelo cano y su rostro desgastado contrastaban con la personalidad de aquél hombre vecino de la cuadra, era el “profe Chema”, tuve el honor de ser su discípulo en la escuela secundaria de mi colonia.
Sus conocimientos en matematicas eran de admirarse,después de su clase, dónde todo quedaba comprendido (cuándo menos esa era la afirmación al unísono), se dedicaba a impartir conocimientos más avanzados, problemas diversos dónde utilizaba ecuaciones extrañas y bastantes prolongadas que para mi tachaban en la locura.
Muchas veces pensé que presumía, pero ¿Que caso tendría presumir sus conocimientos mientras los hormonales jovenzuelos se divertían compartiendo recaditos y guiños con las chicas a sus espaldas, mientras el gis chillaba en el pizarrón?
Muchas veces pensé que presumía, pero ¿Que caso tendría presumir sus conocimientos mientras los hormonales jovenzuelos se divertían compartiendo recaditos y guiños con las chicas a sus espaldas, mientras el gis chillaba en el pizarrón?
Para mi no fue una sorpresa mientras cursaba el bachillerato, encontrarme un par de libros con la autoría del “profe Chema”, el vecino de aquél barrio donde prevalecía el vicio y la inseguridad, bien dicen que las flores se dan entre los espinos, aquél hombre felizmente casado y padre de 8 hijos era un genio en potencia.
El destino me apartó de aquél barrio paupérrimo por un tiempo, y fue el destino el que me trajo de regreso.
Gritos estridentes me despertaron aquella mañana, por un momento me sentí transportado a mi infancia y creí escuchar los ladridos de “archie”, instintivamente me puse de pie y asomé por la ventana, un anciano completamente desnudo husmeaba en la basura de mi vecina, la cuál a gritos le instaba a no desparramar la basura y a no dar tan denigrante espectáculo.
Salí de casa con el firme propósito de evitar que vaciara el contenedor familiar, a la vez de tratar de alejarlo lo más posible.
Al girar aquél hombre inmediatamente lo reconocí, “el profe Chema”, sus ojos reflejaban el vacío más grande que hubiera visto jamás, el hombre más inteligente que he conocido estaba ahí, convertido en un zombie, con movimientos casi robóticos, muy a mi pesar traté de encaminarlo de la mano hacia su casa, en ésas andaba cuándo el hombre comienza a orinarme en los pies, el colmo, la locura, por un momento traté de entender su completo abandono.
¡Es alzhaimer! dijo mi madre mientras amablemente lo encaminaba a su casa, mientras yo desconcertado sacudía mis tenis salpicados, — Las mujeres de la iglesia se turnan para cuidarlo, Toñita debió haberse quedado dormida.
¿Toñita? ¿ Y su mujer, la cuál era mucho mas joven que el? ¿Y sus hijos, por los cuáles el viejo dio todo y nunca les faltó nada?
Eso no es justo, ¿Cómo una persona que dió tanto recibe tan poco? ¿ Como es posible que un cerebro que almacenó tanto conocimiento, no pueda reconocer un rostro, ni siquiera recordar vestir sus ropas?
Desgraciadamente las personas en éstas condiciones terminan por ser un estorbo para sus seres queridos, no hemos sabido inculcar valores a nuestros hijos sobre las ventajas de vivir en sociedad, así comienza la vida “dependiendo de otros” y así ha de terminar “en dependencia”, irremediablemente el ser humano no está hecho para vivir sólo.
Cortesía de Leon Rasurado