Soy igual a las otras, tengo tantos
sueños, tantas cosas por vivir. Me gusta mi país, me gusta ver la fuerza que
tenemos para sobrevivir a pesar de todo lo que se nos viene encima. Los
huracanes, los terremotos, la inseguridad, la crisis, la corrupción, la
impunidad. A pesar de todo, siempre encontramos fuerzas, humor, ganas de seguir
adelante. Apenas una chica desapareció, me uno al grito de su familia, de sus
amigos, de sus padres y sus hermanos, porque me desgarra. Sólo tengo 19 y
estudio ciencias políticas y estoy consciente de que tenemos que hacer algo,
que ya no podemos quedarnos calladas. Algún día nuestro país cambiará.
Dejaremos de mirar los feminicidios como algo inevitable en nuestra sociedad.
Dejaremos de echarle la culpa a que “ella se lo buscó”, “mira la ropa que llevaba”,
“cómo tan tarde y solita”, “cómo de fiesta”, “cómo bebió y le coqueteó a un
chico que no conocía”.
Algún día, la voz en silencio de una niña violada
retumbará en los cañones, igual que en una guerra, como nuestro himno; y nos
desgarraremos en serio exigiendo justicia y condenando la monstruosidad humana.
Al imbécil, al cobarde, al malvado que impunemente sega una vida para alimentar
sus propios instintos.
Algún día, nuestro alarido en el
día patrio no será un grito ahogado de impotencia. Me uno al “hashtag” de
#SiMeMatan, y pongo en mis redes sociales: “#SiMeMatan es porque me gusta ir a
fiestas y beber cervezas”. Porque pareciera que es así, que la vida no vale más
de lo que la gente te juzga. Que no mereces ser joven, bailar, reír, tomar,
conocer gente. No perdonan que a una chica le guste divertirse, porque
pareciera que la sociedad está de acuerdo en que eso provoque la pena de
muerte.
En mi país todos los días
desaparecen mujeres. Son como tú y como yo. Mujeres con sueños, vidas y
esperanzas, algunas, tan jóvenes que aún son niñas, otras ya octagenarias.
Mujeres que son madres, hijas, hermanas, amigas, primas de alguien. Mujeres que
son amadas, y que hacen falta. Mujeres cuya ausencia desgarra a familias enteras,
a ciudades, a todo el país. La edad no
se perdona. Hay una violencia no dicha, acechándonos a todas, en esta sociedad.
Pareciera que no sólo justificamos sino que condonamos
la violencia física, sexual, emocional. Parece que no importa el derecho a la
vida de una persona, si a un tipejo le pareces “apetecible”, “buscona” o “puta”.
Si no vives tu vida con los estándares de moralidad y ética que la sociedad
requiere, mereces morir. Y allí no se detiene, se sataniza a la víctima. Ella
era una puta, una buscona, ¿qué hacía tan tarde? ¡Estaba borracha! ¡Ella se lo
buscó! Sí… ella se lo buscó, porque era bonita, porque se puso un vestido sexy
que se le veía muy bien, se lo buscó porque le gustó ese chico y le sonrió
coqueta, se lo buscó porque tuvo que tomar un taxi en la noche, o porque confió
en que su amigo no le alteraría la bebida, se lo buscó porque tomó una copa,
porque bailó toda la noche, porque festejaba su cumpleaños, o un ascenso, o la
despedida de una amiga, se lo buscó por andar tentando a los hombres. Ella se
lo buscó por tronar con el novio. Ella se lo buscó por volver con él. Ella se
lo busco por caminar sola en la calle. Ella se lo buscó por sonreírle a un
extraño. Se merecía que la golpearan salvajemente, que la ultrajaran entre
varios, le escupieran, la humillaran, la torturaran, la mataran y la tiraran
como basura en un lugar deshabitado. Sin conciencia, sin dolor, sin pena,
orgullosos de su obra: impunemente. Sin justicia. Sin justicia para el
monstruo, sin justicia para ella, sin justicia para nuestra sociedad.
Mi nombre es Mara Castilla. Tengo 19 años y estudio
ciencias políticas en la UPAEP, en Puebla, y repruebo con énfasis la terrible
violencia que sufre la mujer en mi país.
Porque mañana puedes ser tú, o puedo ser yo, rompamos
esta indiferencia.
Me uno al grito en silencio de estas chicas desaparecidas.