En algún lugar de la sierra.
La milpa estaba en todo su esplendor, apenas comenzaba a "jilotear", y las plantas se miraban robustas, Alfonso y su hijo Felipe terminaban la faena por ese dia, no había descansos ni horarios establecidos, era de "gallo a grillo" la labor.
---- Ahora si nos alivianamos ---- pensaba Alfonso mientras admiraba su sembradío, el cielo había sido generoso aquél año, apenas terminó la siembra y las primeras gotas de lluvia empezarón a caer; su mente divagaba por instantes durante el camino de regreso a casa, eran muchos los pensamientos agolpados en su interior, la vida le debía algo bueno aquél año después de tantos sinsabores.
---- Esta cosecha, tu madre por fin podrá vestirse bien, compraremos un caballo y podrás ir a la escuela el año próximo ---- afirmaba el Alfonso, mientras Felipe a pesar de su edad, escuchaba a su padre con recelo, la vida los había golpeado tanto, que todo lo miraba como un sueño, admiraba aquél vergel en lo que años pasados había sido un inhóspito páramo.
Aquella noche el viento amenazaba con levantar por los aires la humilde construcción, padres e hijo se abrazaban temerosos después de ver volar parte del techo del jacal y la modesta enramada del patio, en realidad no había mucho de que preocuparse en aquél hogar,unas cuántas ropas raídas, remiendos por cobijas, trastos y algún mueble desvencijado que había librado la hoguera en los crudos inviernos, además de la décima parte de un costalito de harina que les restaba de una ayuda del gobierno, a la cuál accedierón después de un viaje de doce horas, con resultado de la muerte de su único caballo. -----Salió peor el remedio que la enfermedad ----- habría sentenciado Alfonso en aquella ocasión.
---- No quedó nada, todo se perdió ---- sentenció Felipe aquella mañana al regresar del recorrido del pequeño predio. Alfonso lo sabía, aquél día se levantó temprano, el viento y sus pensamientos no lo dejarón dormir, fue y se sentó en una piedra, mirando hacia la nada, como muerto.
No había querido ir a ver la siembra, como queriendo cerrar los ojos a la realidad, como deseando que todo fuera un sueño.
Aquel rostro inmutable, curtido por los elementos, estaba a punto de quebrarse, Alfonso era un hombre orgulloso, padre de cinco hijos, Rogelio el mayor había "agarrado norte", y nunca lo volvió a ver, los otros tres habían muerto de la única enfermedad curable para la que abunda la medicina, y que muchas veces termina en el cesto de basura, el hambre".
No derramaría una lágrima más en aquella tierra, ¿Que seguía entonces? ¿Morir de hambre y de frío? Ver morir al resto de su familia ya no lo soportaría.
Se apartó lo más que pudo de su familia, no podía ver a su abnegada mujer a los ojos, aquella que se la vivía trampeando conejos y culebras mientras los hombres labraban la tierra; mucho menos a su hijo, sabía que si lo hacía, entonces si no se podría contener, estallaría en llanto, se había prometido no llorar más.
Al fin comenzó a valorar "el vuelo del halcón", el vuelo hacia la libertad de su compadre Mario, de Jesús, del "chino" y José Miguel, aquel vuelo que libera el alma y amaina el yugo del dolor por un instante.
Decidido se encaminó hacia la peña más alta, arrastraba unas cadenas imposibles de soportar, no había mas qué decir, ni pensar, no había a quién pedir ayuda, ni con quién quejarse.
La inmensidad de la profunda barranca lo hipnotizó por un momento, no había otro camino, ya había sufrido más de la cuenta, dos lágrimas empezaron a brotar de sus ojos, el aire fresco de la caída libre secarían su rostro, la tierra no merecía su llanto, ningún dolor podía compararse con lo que sentía... un paso en falso...
¡¡ LIBRE AL FIN !!
Allí, en pleno vuelo, no podría distinguir, abajo, lejísimos, un pequeño brote verde que nacía vigoroso en la devastación del huerto...
Leon Rasurado.