Quise que te fueras.
Lo quise con furia. Con enojo al saber que estuviste.
Quise que empacaras tus cosas
Y cerraras la puerta tras de ti.
Quise que borraras mi voz y mis palabras
Olvidaras nuestros sueños,
Y mi nombre, no te dijera nada.
Quise no haberme topado contigo
No haberte tocado
Que mis besos jamás te hubieran buscado
Que yo no fuera nadie, ni nada.
Quise que te fueras,
Sin saber nada más de mí.
Que no despertaras cada día
Pensándome
Que no me llamaras con la mente
Que tu alma no me aprisionara
Que dejaras de atormentarme.
Quise que me dejaras libre
Y que SUPIERAS que NUNCA
Volvería a decirte lo que siento.
Quise olvidarte,
Quise acallar los deseos,
Dejar de leerte
Olvidar que te siento cada vez que respiro
Quise que te fueras,
Y que me dejaras en paz.
¿Te amaba? Sí… de manera incongruente.
Jamás podría no hacerlo.
Pero en un segundo lo supe.
La certeza atravesó el alma.
“Tienes que irte”. Dije fríamente.
No te fuiste callado, no te fuiste sin mostrar ira, no hubo
fuerza, aceptación o ironía, perdiste, incluso, tu propio nombre.
Lloraste, me suplicaste que cupiera el perdón, pero era
tarde.
No era el pasado lo que habría de perdonarte.
No te lloré. Una extraña aversión nació en mi persona.
Y te quise lejos, sin nombre, sin historia.
En el olvido que
tanto te aterra, de donde no regresarás…