Somos animales de costumbres, de riquezas, de recuerdos. De sueños tergiversados. A veces como animales, nos simbiotizamos, queremos ser, creemos, somos, existimos en niveles paralelos, donde el “no”, es “nunca”, donde el “si” es “siempre” y el “quizás” aturde.
Existe el mal, claro. Pero no siempre se comprende. Hace poco me picó una víbora. Llevaba tiempo toreándola. Me han reprochado el poco respeto por el veneno. Seguramente, tienen razón.
No hizo nada, pero pudo haber daño irremediable…
De niño me dijeron: “Al mar y a los perros, debes tenerles respeto”. No lo entendía. Nunca me atemorizaron, nunca les temí. No me las doy de valiente, pero mis miedos, son un poco más complicados. No le temo a las arañas, ni a la muerte, del mal me protejo, pero no me acecha en la esquina, no es parte de mi planeta, jamás lo pienso.Nunca imagino, si mis amados viajan, que algo malo pasará. Nunca me pasa por la mente un accidente, un asalto, robos, o historias de terror que todo tipo de personas se permiten visualizar.
Algo está mal en mi disco duro, porque la envidia y el morbo, en mi caso, no funcionan debidamente. En condiciones normales, brillan por su ausencia. Por eso es complejo para mi comprender a aquellos a quienes estos sentimientos los dominan. Me es complejo entender porque ante un terrible accidente rebosante de sangre, los automovilistas pasan lentos y morbosos intentando no perder detalle.
Recuerdo problemas graves en mi vida –el más reciente, virtual- por no apreciar la “magia” del morbo en su máxima expresión, entre los que entonces fueron mis iguales. Los iguales y los dispares, son semejantes hoy. La vida pone un espejo ante los verdaderos monstruos. Cada quien carga con sus propios demonios, y espero, de verdad, y de corazón, que NO reciban su merecido después de lo que pasó.
Dicen que quien vive la envidia, todas las mañanas se bebe un frasco de veneno, con la esperanza de que al otro le haga efecto… es por eso que soy un tipo con suerte.
¡Hay tantos seres tan superiores a mí, en todos aspectos, que es mejor admirarlos que envidiarlos: mas me vale disfrutarlos que sufrirlos!
Cómo agradezco que ese cáliz no toque mis labios. Eso es una increíble bendición, porque el que odia por envidia, el cobarde, muere mil veces, el valiente solo una vez… el problema es que el valiente vive, hasta que el cobarde quiere...
Y en mi enfrentamiento como encantador de serpientes, la víbora clavó su veneno en mi brazo. Dolió , claro pero desperté. El veneno no hizo mucho, digo, considerando lo común y pequeño del animalejo, pero la intención y el odio, fue lo avasallador.
¿Cómo había creado yo tanto rencor?
Lo único que hice fue mostrar a la víbora, su naturaleza burda, en todo su esplendor. ¿Por qué tanto odio? Claro, aquel elemento que no logro comprender del todo…
La cosa es que envidiar o no, nunca es una decisión consciente. Somos lo que somos. La víbora no puede negar su naturaleza, lo cierto es que sí hubiera podido ser mi elección dejar de torearla con el espejo, durante tantas eras. Y no lo hice. Me divertía verla rabiar, era cuestión de tiempo que me mordiera.
Cargo pues, con el brazo hinchado, y las molestias de la ponzoña. La piel sana, y el aprendizaje , en el ojo hábil, es rápido ante el dolor. Como extranjero, seguro, volveré a mi tierra a cambiar el mundo y es un hecho que lo aprendido ayudará…
Saludos a todos, y si no volvemos a encontrarnos, revisen en las letras aquello que sepa marcar los nuevos esquemas. Está en nosotros, no en ellos, hacer la diferencia.
Eterno en el “quizás” y sin tiempo… EL EXTRANJERO.
PS: A todos aquellos en el camino: enemigos, no tengo. Fueron piedritas en el zapato.
Y a los míos, los importantes: Alabo ideas, Conforto afectos, y comparto y disfruto sus alegrías. ¡Gracias! Ustedes saben, que en mi ausencia o en el aquí, siempre los llevo.