Hago una pausa y respiro en búsqueda del equilibrio. Observar el movimiento de la gran ciudad no podrá jamás dejar de embelesarme. La última vez que la visité, iba sólo. El sentido de supervivencia sucede diferente cuando tus sentidos están enfocados a proteger a los tuyos. La veías colgada del tubo jugando como chango ante el ir y venir del zarandeo del metro. El brillo en sus ojos, su diversión. Volé por un segundo a 20 años atrás, cuando mis manos eran las que se aferraban al tubo del vagón.
Me siento orgulloso de mirarla. Ella lo disfruta como yo. Me siento grande, poderoso y auténtico. Algo hice bien. Muchos no comprenden porqué mi fascinación con este transporte. Es barato , es rápido, excelente ejercicio, basta con un solo trasbordo para caminar lo que sanamente te recomiendan los doctores. Vibra en vida. Hace algunos años viajaba a la capital dos o tres veces por semana, reuniones de trabajo a altos niveles ejecutivos, todo pagado por la compañía. Siempre me rehusé a manejar o tomar taxis. Me movilizaba en el metro y me ahorraba horas de camino. Mis colegas me miraban como bicho raro.
Aún así, le muestro a mi hija que no debe tener inocencia pura en su mirada, que la jugada en el metro es caminar firme, segura, rápida, un poco con cara de mala, de que sabes perfecto a dónde vas. “Estar a las vivas” es la primera regla para no sufrir un tropezón amargo en esta urbe de asfalto. En esas estoy cuando mi mente vuela al ahora.
Resulta que hoy se escribió un pedacito pequeño de historia. Cómo todas las grandes transformaciones todo empieza con un pequeño detalle silencioso, un detonador ni tan grande, ni tan aparatoso. La decisión de “una ella”, en lugar de “un él”.
Mi mente vuela a hace 20 años, donde, por alguna razón no era imaginable una mujer en algún puesto de poder importante. Bueno, sí, pero desde trincheras “conocidas” para el sexo “debil”. Mi abuela, por ejemplo, era la organizadora de las damas de sociedad de la vieja Ciudad de México. Fundó asociaciones de ayuda a los pobres, organizaba eventos de caridad, participaba en recaudación de fondos para hospitales, y ayudaba a su manera a los menos favorecidos. La mujer estuvo en contacto también con esferas políticas, desde su lugar, incluso con presidentes y esposas de presidentes. Todos la respetaban, era una dama de alto calibre, hermosa, con clase, inteligente, con una voluntad inquebrantable. “¡Yo me moriré en la raya! “ Siempre nos decía. Una señorona, esa era mi abuela, pero el “importante” el que abría las puertas, era el abuelo. Él era el empresario acomodado y famoso, él era el intelectual políglota que se codeaba con la elite del alta sociedad de entonces, él era el hombre brillante y de respeto, cuyo estatus cultural, social y económico le daba el prestigio a la gran dama que tenía por esposa. Si mi abuela hubiera estado casado con “Juan de las penas”, su aportación como activista y política no habría tenido ni los medios, ni los oídos que tuvo…
Mi abuela era brillante, una hacedora. No sabía estarse quieta, todos los que la conocimos sabíamos que en valor humano, inteligencia, talento y voluntad, era mucho más grande que el abuelo, cuyo esquema de vida se basaba en: “Las mujeres tienen que ser hermosas, los hombres ganar dinero. Es importante que la mujer se cultive, para que el hombre no se aburra al platicar con ella, pero, básicamente, ella debe adornar la mesa.”
Mi abuelo no era un misógino (al menos, no según él), era un “poeta” del siglo pasado, cuyos “piropos” a la mujer le revolverían el estómago a cualquier mujer inteligente, por la evidente “objetivación” de los “labios carmesí”. No puedo culpar al abuelo, nació a en 1905 y tenía la visión libanesa-mexicana del mundo entonces: Mujer fea u hombre que no genere riqueza, no vale nada.
Mi abuela se salía del molde. Pero ella, como todas las mujeres mexicanas hasta hace poco, hacían su aportación en función a su pareja. En sus tamaños y posibilidades. La sociedad mexicana nos ha fomentado eso desde siempre, pero ahora todo ha cambiado. Ellas siguen mandando, esta vez de manera un poco más evidente. Hoy nos enfrentamos ante la primera candidata mujer que tiene posibilidades de llegar a la Presidencia de la República.
Como antes mi abuela, ella es una mujer inteligente, “hacedora”, con una visión clara de México. En mi opinión, será una gran líder. La pregunta es: ¿Los abuelos que aún existen, le permitirán gobernar? Esta visión machista de antaño se impondrá o ya es tiempo de crecer como sociedad?
Veo a mi hija colgarse divertida del tubo del metro y sonrío. Veo el brillo en sus ojos. Pienso en mi abuela y en Josefina. Pienso en todas las posibilidades del México del mañana para mi hija, hoy adolescente.
El mundo está cambiando, ¿lo han notado? El cambio es la única certeza que tenemos… ojalá lo recordemos en las urnas. Quiero ver gobernar a una mujer.
...Atemporalmente, El extranjero.