Atisbo en la ventana. Mi mente repasa la historia de mi vida de estos dos últimos días. Pareciera que sólo unos días pueden mostrar los contrastes de esta enorme ciudad. Viernes de quincena. San Lázaro 7 de la mañana. Arribo presto a la aventura. El metro siempre ha tenido una sutil y burda magia en mi persona. Es la ciudad en su máxima expresión. Me apasiona la velocidad del movimiento que promete en esta masa gris donde los autos se condenan a pasar una o dos horas en el tráfico para llegar a cualquier lado. El metro en cambio, tiene sus matices. El más agradable, para mí, es observar a la gente. Normalmente disfruto esas aventuras. Toda una fiesta se lleva a cabo en mi cabeza mientras observo a todo tipo de personas, de muy variadas clases sociales, tamaños, edad, estilos. Me gusta observarlos. Me siento ajeno. Como un niño observando un hormiguero. Me siento inerte a los empujones. Pero esta vez, -la primera, en toda mi vida- el metro no me permitió inventar las historias mientras mi mente se evade en las entrañas de la tierra. Viernes de quincena, 7:44 am, el vagón tardó en pasar y cuando llegó la gente ya se había acumulado. Abrió sus puertas y nadie bajó. De hecho, el metro parecía rebosar de tal manera, que al abrirse las puertas, la gente se desbordaba, como una quinceañera regordeta intentando caber en un ridículo vestido dos tallas por debajo de las saludables. Las puertas no podían cerrar, incluso alguien tuvo que ayudar a que lo consiguieran. La gente se siguió acumulando. Así pasaron 3 o 4 trenes, demasiado tiempo entre uno y otro. La maravilla urbana de la observación del zoológico se detuvo cuando literalmente la multitud empezó a apretarme como araña contra la pared. Me rendí. Vencido y rechazado por mi compañero de travesías, decidí no viajar en el metro. Y allí comenzó la aventura urbana del fin de semana.
Metropolitando...
3/19/2012
Las contradicciones sutiles. La capacidad absoluta, como extranjero, de caber en los rincones donde no me imaginan. Una fascinación absoluta de los contrastes. El mismo día luché por “ensardinarme” en el metro, subí a un escenario ante 3 mil almas y abracé de corazón a personas cuya realidad económica es inverosímil para el 95% de la población mexicana. Dentro del absurdo, reitero, voy a cambiar el mundo, y cada día el momento de la verdad está más cerca. En el inter, leo las noticias. Un bruto que no sabe leer, ni improvisar respuestas inesperadas, y que al parecer, tampoco conoce el costo de la canasta básica ni tampoco tiene idea del monto del salario mínimo en el país, pretende ser nuestro nuevo presidente. No es la única opción claro. Probablemente la más negra, pero las posibilidades que tenemos son cortas y de bajo alcance. A veces, me alegra tanto esta sensación de no pertenencia. Al final, puedo desear el resultado, y conocer que nada de eso dependió de mí… me pregunto cuántos mexicanos comparten conmigo esa sensación de ser un extranjero en su propio país, y no tener ninguna influencia, capacidad o posibilidad de lograr algo positivo en el mando de su México. La buena noticia, es que para cambiar el mundo no se necesita un milagro, sino un propósito. ¡Y yo tengo uno!