Miro la ventana, los
azulejos, el verde del pasto.
Miro y no miro, porque lo encuentro en ella, en el espejo.
Las palabras se han agotado. El alma está cansada. Se cansó. Se cansó de la
magia que sueña, en imagen. Y el tiempo se va.
Sí, ha pasado el tiempo. Él murió. El tiempo difuminó las
ideas. Talvez, también, ella se desvanece en las eras.
Hoy, se desliza, con la música. Se pregunta a dónde llevará.
Mira, se mira en tus ojos, acurrucada. Porque ya no sabe a dónde irá, porque
desconoce los espacios.
Mírala. Es ella. Es la misma ella que amaste. La misma
ella que te miraba y reía con chispas de vida. La misma ella que yace inerte,
sin existencia.
Ya no hay, ya no es.
Ella ya no es ella.
Se fue. Tu ella voló en el viento, con los sueños.
Hoy la miras. Pero
ella no es. Y el corazón, ya vacío, se pregunta, el por qué de la ausencia.
Ausencia en él, en ti, el sueño borrado a través del sonido.
La música continúa, como una sinfonía, armándose de notas
perfectas, sin entender, llorando, y gime, gime de amor, por ella, por ti.
Por el
silencio. Por el existir del instante, que desapareció allí, donde la dimensión
no existe. Donde ella y tú, son el reflejo de lo que quedó: la nada.
¿Y tú? ¿Dónde quedas tú, ya sin ella? ¿Qué parte de ti, no
vivirá más ante su muerte?
¿Qué cambió? Ella era ella sin ti. Ella era contigo.
Hoy, ella ya no es.
En la oscuridad, la has dejado. Pero mírala. Nada ha
cambiado… sigue siendo tuya: Sigues siendo tú misma, mirándote al espejo. Todo
sigue igual.
Te encoges de hombros, acabas de maquillarte, sonríes, tomas tu bolso, tus llaves y te vas. La vida es. Aún...
Alyne.