El día que mis demonios ganaron la guerra y nos perdimos



Despierto tras un sueño pesado, poco reparador. Me invade la certeza del desastre que generan mis demonios de nuevo, una vez más. Hasta hace poco creí vislumbrar luz en el futuro cercano, pero mi mente no ha podido sacudir el polvo de las historias pasadas.



La historia se repite. Siempre es lo mismo, entregar, ofrecer, dar, quitar, lastimar, abandonar; el ciclo que hasta el día de hoy me resulta inevitable, dibujado sobre la memoria de cada una de aquellas Diosas que se entregaron al demonio seductor de la vida eterna, tan solo para perder los años en un segundo tras su partida.


La destreza de estas entidades, está en ocultarse tras los verdaderos deseos, en llenar vacíos con su presencia y arrancar un pedazo de corazón, siempre el más bello, el menos terrenal. En ocasiones me han dado la posibilidad de hechizar a diferentes musas a la vez, pero aún no han podido sobrepasar las defensas de mi conciencia, hasta hoy he sido capaz de mostrarles que no soy así, que creo en la entrega única, en la exclusividad de pasiones. No ha sido fácil, la tentación se presenta como el tesoro más brillante, nunca antes visto, sin embargo, la auto represión aún ha podido ganar las batallas.


Ya quisiera yo ser el victimario de mis escenas, pero no es así. Cada una de ellas, que han entrado en mi vida, han formado parte irreemplazable de ese mundo que construyo y a la vez me determina, todas se han llevado un fragmente de mi juventud y el dolor de los sueños dibujados en sus miradas y que ya no se podrán cumplir.

 
Pienso en los momentos de desenfreno, en el calor cicatrizante del contacto, en la irreverencia del deseo mutuo y en las consecuencias fatales que dejan a su paso. Hoy un amigo, que no ha conocido el balance de lo caótico en el pecho, me recomienda desde su aparente sabiduría, escoger el camino que he de recorrer en adelante. Como si eso no fuera lo más obvio de todo lo que ocurre en el mundo, material o subjetivo. 


El problema no está en la decisión que ha de tomarse, sino en la forma en que se perciben las consecuencias bajo la piel, en los rezagos de todo aquello que ya no será más.


De aquí que la única salida que ahora me permito es huir. 

Sí, como un cobarde, como un ser incapaz de mirarle a la cara a sus emociones, como un esclavo del pensamiento que impone como prioridad todo aquello que no se fundamente en lo afectivo. 

Me condena a seguir sólo, porque no puedo pensar si escucho que ella me habla, porque no quiero abrazarla sin saber hasta cuándo la podré sujetar...

No, ella no se merece eso. firmaré entonces de certificado de defunción en sus papeles, y esperaré a que cualquier ninfa que se disponga a amarme logre visualizar la sensatez y corra a refugiarse donde ninguno de mis demonios la encuentre.


                                                                                          Blanktempus